Dear brothers and sisters:
At Mass on the first day of the year we read in the Book of Numbers an expression of blessing. “May the Lord bless you and show you his face”. Thus the Israelite priests blessed their people.
For this reason, it seems appropriate to dwell on the latest Declaration of the Dicastery for the Doctrine of the Faith on the theme of blessings (Fiducia Supplicans). It reflects the pastoral experience of Pope Francis. The Pope does theology from a pastoral point of view, which is why sometimes it is difficult for some minds to understand this.
The Declaration on Blessings has to do with a rediscovery and revaluation of the meaning of blessings. When we wish each other well and say: “may it all work out for you” or even use expressions such as “good luck”, “all the best”, we are giving a blessing to our brother or sister, we wish them what is good. When we ask God to bless us, the Lord brings to us that goodness, and that goodness is poured out through actual graces in the different areas of our lives where we need His light.
I personally have had and continue to have wonderful experiences when I perform blessings in the street. So often in Buenos Aires, in public places like Rivadavia Park or the San Telmo fair, and now in my diocese of San Isidro in different train stations, in places with a lot of movement of people. Generally we go out to do this on Fridays, at times of great movement and hurry. It is moving to see lines of people who, despite the time pressure, stop to receive the blessing. They see an image of Our Lady and stop in silence. They say their prayer and then ask the minister for a blessing.
To ask for a blessing requires a true experience of poverty: “Lord, I need you, I need you to light up this aspect of my life, this need that I have. I ask you for my sick son, for my son afflicted by drugs. I ask you for my health. I also want to bless you, I want to thank you”. The blessing also has an ascending sense. We thank God, we bless him and praise him. This is also a need of the heart.
The personal experience of blessing in public places is overwhelming. Many times I have thanked the Lord that I have witnessed that intimate silence that occurs when the person is about to receive the blessing. I feel like a witness of a privileged moment between God and my brother’s heart, in the midst of the dizzying movement of this post-modern society that puts God in a corner. Asking for a blessing reflects a profound need for God; how in justice can the Church be absent from this need?
When someone asks for a blessing on the street or in a sanctuary, I never ask him if he is married in the Church or what his sexual condition is. It would be totally inappropriate. When a young woman comes to ask me to bless her pregnancy, to bless her belly, I have never stopped to ask where the child comes from, if from an irregular union or not. To deny the blessing would be lived as a profound experience of rejection, a brutal experience of abandonment by the Church. This rejection has done us so much harm and has alienated so many brothers and sisters. Being in an irregular situation or being in a homosexual union does not cancel out many aspects of the lives of people which seek to be illuminated with a blessing; and when they receive it, this becomes the greatest possible good for these brothers and sisters, in that it disposes them to conversion.
Surely those bishops and ministers who have disagreed with this Declaration have not lived this experience of blessing in the context of popular piety, or have not been able to have this exchange in their own lives, where one experiences the need for God’s mercy in one’s own life.
The Declaration leaves no room for confusion. It distinguishes perfectly the liturgical sphere where a sacrament is given from the sphere of popular piety. To confuse this blessing with a permission or with an approval of a lifestyle would be reductionist, and deny the need for good that people have in areas of their lives.
The Church is not a customs house, says Pope Francis. The Church is not controlling. This is not the Mother Church that our people seek and need.
Let us ask the Lord, then, as we begin this year not to deprive ourselves of that blessing which is a true gift to God’s holy faithful people.
Let us ask him for this year so much in need of blessing, this year that begins under the protection of the Blessed Virgin Mary whose solemnity we celebrate at the beginning of the year.
✞ Bishop Oscar Ojea
Bishop of San Isidro
President of the Argentine Episcopal Conference
Queridos hermanos y hermanas:
En la Misa del primer día del año leemos en el Libro de Los Números una expresión de bendición. “El Señor los bendiga y les muestre su rostro”. Así bendecían los sacerdotes israelitas a su pueblo.
Por eso me parece oportuno detenernos en la última Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre el tema de las bendiciones (Fiducia supplicans). Aquí se refleja la experiencia pastoral del Papa Francisco. El Papa desde la pastoral hace teología, por eso a veces, a algunas mentes les cuesta entender esto.
La Declaración sobre las bendiciones tiene que ver con un redescubrir y revalorizar el sentido de la misma. Cuando nos deseamos el bien y decimos: “que te vaya bien” o hasta decimos expresiones como “que tengas suerte”, “que te salga lo mejor”, estamos dando una bendición a nuestro hermano, le deseamos algo bueno. Cuando le pedimos a Dios que nos bendiga, el Señor realiza en nosotros esa bondad y esa bondad se derrama a través de gracias actuales sobre distintos aspectos de nuestra vida que nosotros necesitamos iluminar.
Es maravillosa la experiencia que personalmente he tenido y tengo cuando realizo bendiciones en la calle. Tantas veces en Buenos Aires, en lugares públicos como el Parque Rivadavia o como la feria de San Telmo y ahora en mi diócesis de San Isidro en distintas estaciones de trenes, en lugares de mucho movimiento de gente; generalmente lo hacemos los viernes. Es un momento de mucho movimiento y apuro. Es conmovedor ver filas de personas que más allá del tiempo que apremia se detienen para recibir la bendición. Ven una imagen de la Virgen y se detienen en silencio. Hacen su oración y luego piden la bendición al ministro.
Para pedir la bendición es necesaria una verdadera experiencia de pobreza: He escuchado muchas veces: “Señor, te necesito, necesito que ilumines este aspecto de mi vida, esta necesidad que tengo. Te pido por mi hijo enfermo, por mi hijo castigado por la droga. Te pido por mi salud. También quiero bendecirte, quiero darte gracias”. La bendición tiene también un sentido ascendente. Nosotros le damos gracias a Dios, lo bendecimos y lo alabamos. Esto es también una necesidad del corazón.
La experiencia personal de bendecir en lugares públicos es sobrecogedora. Muchas veces le he agradecido al Señor el ser testigo de ese silencio íntimo que se produce cuando la persona va a recibir la bendición. Me siento testigo de un momento privilegiado entre Dios y el corazón de mi hermano, en medio del movimiento vertiginoso de esta sociedad posmoderna que arrincona a Dios. Pedir la bendición refleja una profunda necesidad de Dios. ¿Cómo justamente la Iglesia va a estar ausente de esa necesidad?
Cuando alguien pide la bendición en la calle o en algún Santuario jamás le pregunto si está casado por la Iglesia o cuál es su condición sexual. Estaría totalmente fuera de contexto. Cuando viene una mujer joven a pedir que bendiga su embarazo, que bendiga su panza, jamás me he detenido en preguntar de dónde procede ese niño, si de una unión irregular o no. Negar la bendición sería vivido como una profunda experiencia de rechazo. Una experiencia brutal de abandono por parte de la Iglesia que tanto mal nos ha hecho y que ha alejado a tantos hermanos y hermanas. Vivir una situación irregular o llevar adelante una unión homosexual no oscurece muchísimos aspectos de la vida de las personas que buscan ser iluminadas con una bendición y al recibirla, esto se convierte en el mayor bien posible para estos hermanos ya que dispone a la conversión.
Seguramente aquellos obispos y ministros que han estado en desacuerdo con esta Declaración no hayan vivido esta experiencia de bendecir en el contexto de la piedad popular o no hayan podido tener este diálogo previo donde se experimenta la necesidad de la misericordia de Dios en la propia vida.
La Declaración no da lugar a la confusión. Distingue perfectamente el ámbito litúrgico donde se da un sacramento, del ámbito de la piedad popular. Confundir esta bendición con un permiso o con una aprobación a un estilo de vida sería un reduccionismo y sería negar la necesidad de bien que tienen aspectos de la vida de las personas.
La Iglesia no es una aduana, dice el Papa Francisco. La Iglesia no es controladora. Esta no es la Madre Iglesia que busca y necesita nuestro pueblo.
Pidamos al Señor, entonces, al comenzar este año no privarnos de esa bendición que es un verdadero regalo para el santo pueblo fiel de Dios.
Pidámosle por este año tan necesitado de bendición, este año que comienza bajo el amparo de Santa María Virgen cuya solemnidad celebramos al comenzar el año.
✞ Mons. Oscar Ojea
Obispo de San Isidro
Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina